Las mejores frases de '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' de Philip K. Dick ✍️
porDivergente•
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Una deliciosa y sutil descarga eléctrica, activada por la alarma automática del climatizador del ánimo, situado junto a la cama, despertó a Rick Deckard.
Lo poco sano que era ser consciente de la ausencia de vida, no solo en este edificio, sino en todas partes, y no ser capaz de reaccionar.
Es peligroso sufrir una depresión, sea del tipo que sea. Olvida lo que has programado y yo haré lo mismo.
A pesar de sus deformaciones, la Tierra seguía siendo un lugar familiar, algo a lo que aferrarse.
La mayor aventura, el mayor desafío concebido por el hombre en la historia moderna.
Como si aquel silencio desempeñase la función de suplantar a todas las cosas tangibles.
Un anciano vestido con una túnica ajada que apenas le cubría, como si se la hubiese arrebatado a la hostil vacuidad del firmamento.
Hoy estamos más arriba que ayer, y que mañana.
Un mundo distinto, uno cuya existencia jamás había sospechado.
Las habladurías de oficina le incordiaban porque siempre eran mejores que la verdad.
La empatía era algo particular a la raza humana.
Un monstruo antediluviano salido del pantano jurásico, gélido y ladino, como una aparición arcaica creada a partir de restos del mundo tumba. Ninguna prueba lo es; —Dicho así suena fácil —admitió Bryant, en parte para sí.
Al cabo, lanzó un gruñido, se mordió una uña y dio forma a las palabras que quería decir—.
Su oveja eléctrica, a la que tenía que cuidar y de la que se ocupaba como si estuviera viva. La tiranía de un objeto, pensó. No sabe ni que existo.
Siempre quise tener un búho, incluso antes de que cayeran del cielo.
El miedo la hacía parecer enferma, le distorsionaba el cuerpo, como si alguien la hubiese roto para luego, maliciosamente, recomponerla con torpeza.
«La basugre desplaza a aquello que no es basugre.»
No fue lo que hizo o dijo, sino lo que no dijo ni hizo.
El duro y competitivo terreno de la reparación de animales de pega.
¿De qué sirve que ande por ahí arriesgando la vida? No le importa nada que tengamos o no un avestruz.
En la vida real no hay campanillas mágicas que valgan capaces de hacer desaparecer a tu enemigo.
Finalmente, desaparecerá el nombre de Mozart y el polvo habrá ganado.
—Su voz se había apagado tanto que se confundía con el silencio—.
Un sistema de memoria sintética que te empuja a creerte humano.
Parece que carecemos de ese talento concreto de ustedes, los humanos. Creo que lo llaman empatía. —¿Cree que los androides tienen alma?
—El amor es otra manera de llamar al sexo.
—Anduvo hacia la ventana y contempló la negrura salpicada por un puñado de luces—.
Las frías lágrimas le resbalaron por las mejillas hasta precipitarse en su pecho. Él no supo qué hacer.
Crees que sufro por la soledad, pero Marte sí es soledad, coño. Es mucho peor que esto.
—También los androides se sienten solos —dijo ella.
—Se le quebró la voz, en parte por la tensión, en parte por la esperanza—.
—Marte no te gustaría. No te pierdes nada.
Entró en el ascensor y, juntos, se acercaron a Dios—.
No perderemos lo que sentimos, no si hacemos el esfuerzo de retenerlo en la mente.
—¿Cómo voy a poder salvarte, si no puedo salvarme a mí mismo?
¿Para qué sirves? —Para demostrarte que no estás solo.
No puedo aguantarlo cuando me dan una pedrada. Gracias por encajar esa piedra en mi lugar.
De qué sirve suplicar a un androide, no hay fibra sensible que pueda tocar.
Me gusta, podría pasarme el resto de la vida mirándola.
Probablemente, había desempeñado algún trabajo manual, un peón con aspiraciones a algo mejor. ¿Sueñan los androides?, se preguntó Rick. Evidentemente.
El ciclo de la vida. Y ahí terminaba, en el último crepúsculo. A las puertas del silencio que impone la muerte.
A su lado, en la oscuridad, el ascua del cigarrillo resplandeció como el abdomen de una luciérnaga complaciente.
Tendrás que dejar de buscarme porque yo nunca dejaré de buscarte a ti.
El rostro de Irmgard se había distorsionado, se había vuelto astigmático, convertido en la viva imagen del miedo.
Hubo una vez en que vi las estrellas, pensó. Hace años. Pero ahora solo queda el polvo.
Las cosas eléctricas también tienen sus vidas. Por insignificantes que sean.
Sintiéndose mejor, se preparó finalmente una taza de café. Ardiente. Negro.