Las mejores frases | La señora Bovary (Madame Bovary: mœurs de province), de Gustave Flaubert


  • Estábamos en el aula de estudio cuando entró el director y, tras él, un nuevo vestido de calle y un mozo que traía un pupitre grande.
  • La señora Bovary se mordía los labios y el niño vagabundeaba por el pueblo.
  • Era como una iniciación al mundo, el acceso a placeres prohibidos: y, al entrar, ponía la mano en el picaporte con una alegría casi sensual.
  • Le sentaba mal el ruido de pasos; si te ibas, la soledad le resultaba odiosa; si volvías, seguro que era para presenciar cómo se moría.
  • Si ya le habían dicho que iba a ser desgraciada; y acababa pidiéndole algún jarabe para su salud y algo más de amor.
  • Le sellaba los labios el temor de no dar con las palabras adecuadas.
  • Se notó triste como una casa sin muebles.
  • Avanzaba rumiando su felicidad, como quien masticase aún, después de la cena, el sabor de las trufas mientras las digiere.
  • Le daba besos fuertes y sonoros en las mejillas; otras veces, besitos en fila por todo el brazo al aire, desde la punta de los dedos hasta el hombro; y ella lo apartaba, entre sonriente y fastidiada, como se hace con los niños que no hay forma de quitarse de encima.
  • Intentaba saber cómo había que entender exactamente en la vida las palabras «felicidad», «pasión» y «embriaguez», que tan hermosas le habían parecido en los libros.
  • En algunos lugares de la tierra debía de crecer la felicidad como si fuera una planta propia de ese suelo.
  • Pero la vida de ella era fría como un desván con tragaluz que diera al norte, y el aburrimiento, araña silenciosa, tejía su tela en la sombra de todos los rincones de su corazón.
  • Todos esos hilos de seda entrelazados no eran sino la continuidad de esa misma pasión callada.
  • Ansiaba a la vez morirse y vivir en París.
  • El porvenir era un pasillo completamente a oscuras y, al fondo, solo había una puerta bien cerrada.
  • ¿Hay, efectivamente, algo mejor que estar de noche junto al fuego con un libro mientras el viento golpea los cristales y está encendida la lámpara…?
  • Nos paseamos sin movernos por comarcas que creemos ver y el pensamiento, unido a la ficción, se entretiene en detalles con los que va siguiendo el perímetro de las aventuras. Se mezcla con los personajes; nos parece que somos nosotros los que palpitamos dentro de sus ropas.
  • El amor, creía, tenía que llegar de repente, con mucho estruendo y resplandor de rayos, un huracán de los cielos que se le viene encima a la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hasta el abismo el corazón entero.
  • —¡Ay! —dijo Emma—. No son remedios terrenales los que necesitaría yo.
  • La pena se le metía en el alma con alaridos lentos, como el viento de invierno en los castillos abandonados.
  • ¡Pobre mujercita, buscando el amor con la boca abierta igual que una carpa busca el agua encima de una mesa de cocina!
  • Las tormentas políticas son aún más de temer que las perturbaciones de la atmósfera…
  • ¡El deber!. Qué demonios, el deber es darse cuenta de lo que es grande, querer lo que es hermoso.
  • ¡Porque no se puede luchar contra el cielo, no puede uno resistirse a la sonrisa de los ángeles! ¡Se deja uno llevar por lo hermoso, lo encantador, lo adorable!
  • Pero ¡la necesito para vivir! Necesito sus ojos, su voz, sus pensamientos. ¡Sea mi amiga, mi hermana, mi ángel!
  • Ella le contó sus tristezas. Rodolphe la interrumpió con sus besos.
  • Se abrazaron y todos sus rencores se derritieron como la nieve al calor de aquel beso.
  • La palabra humana es como un caldero rajado con el que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando lo que querríamos es llegar a las estrellas.
  • Los ojos llenos de lágrimas le brillaban como llamas bajo el agua.
  • Los días, espléndidos todos ellos, se parecían como se parecen las olas; y todo se columpiaba en el horizonte, infinito, armonioso, azulado y cubierto de sol.
  • No hay desierto, no hay precipicio ni océano que no cruzase yo contigo.
  • Los placeres, igual que colegiales en el patio de un internado, le habían pisoteado tanto el corazón que nada verde crecía ya en él.
  • ¿Por qué tuve que conocerla? ¿Por qué era usted tan hermosa? ¿Tengo yo acaso la culpa? ¡Ay, no, no, Dios mío! ¡Acuse solo a la fatalidad!
  • La tolerancia es la forma más segura de llevar las almas a la religión.
  • Se sentía vibrar con todo el ser como si los arcos de los violines se le pasearan por los nervios.
  • Penaba de amor, pedía alas. También Emma habría querido, huyendo de la vida, alzar el vuelo en un abrazo.
  • La palabra es una laminadora que estira siempre los sentimientos.
  • Su existencia no fue ya sino una trabazón de mentiras en que envolvía su amor como en unos velos para ocultarlo.
  • Denigrar a quienes queremos nos quita siempre algo de apego. No hay que tocar los ídolos: el dorado se nos queda en las manos.
  • De la misma forma que una muchedumbre puede caber en un espacio pequeño, en un minuto puede caber un mundo infinito de pasiones.
  • —¿Cómo querías que viviera sin ti? ¡No es posible perder el hábito de la felicidad!
  • Una petición pecuniaria es, de todos los chaparrones que le caen encima al amor, el más frío y el más desarraigador.
  • La nada no espanta al filósofo.
  • —¡La culpa la tuvo la fatalidad!
  • Le acaban de conceder la Legión de Honor.
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