Las mejores frases | Cuentos de Navidad, de los hermanos Grimm a Paul Auster


Los táleros de las estrellas, de Jacob y Wilhelm Grimm (1812)

  • Y estando así, sin tener ya nada más, de repente empezaron a caer estrellas del cielo.

La aventura de la noche de San Silvestre, de E.T.A. Hoffmann (1815)

  • Mi mirada perdida la alcanzó y fue como si llegase hasta mí un rayo del adorable pasado, de aquella vida llena de amor y poesía.
  • Respirar su aliento muy pegado a ella, y la primavera ya pasada se desplegó ante mí en miles de colores centelleantes…
  • Tu amor es la chispa que arde en mi interior, encendiendo una vida superior en arte y poesía…
  • La brisa nocturna susurraba como suspirando nostálgica, los aromas de azahar y de jazmín atravesaban el bosquecillo cuál melodía de amor.
  • —Deja que me quede —gritó—, soportaré gustoso la muerte, ¿es que morir es peor que vivir sin ti?

Las hermanas, de Nathaniel Hawthorne (1839)

  • Tengo un surtido de miles de promesas rotas y otras cosas averiadas.
  • —Yo llevo muchas esperanzas en mi cesta —observó Año Nuevo—. Son una flor muy aromática…

Canción de Navidad en prosa o Historia navideña de fantasmas, de Charles Dickens (1843)

  • Son unas fechas, entre todas, en las que la necesidad se siente en lo más vivo y la abundancia alegra.
  • Al aparecer el fantasma, la llama agonizante dio un salto como si gritase «¡Lo conozco! ¡El difunto Marley!», antes de volver a caer.
  • —Soy el fantasma de las navidades pasadas.
  • Se advertía por doquier un ambiente de alegría que el día más hermoso del verano y el sol más radiante habrían tratado en vano de conseguir.
  • El día de Navidad, quién había hecho andar a los cojos y había devuelto la vista a los ciegos.
  • Preséntenmelo y cultivaré su amistad.
  • El espíritu hizo que aquella noche la pobreza se transformara en riqueza.
  • Lo que le llenó de esperanza fue que el tiempo que tenía por delante era suyo.

El cuento del pariente pobre, de Charles Dickens (1852)

  • Tenía un ventanal enorme en el que la lluvia había dejado su huella durante la noche, al igual que lágrimas de los que vagan sin hogar.
  • Prefiero compartir tu lucha que contemplarla sin hacer nada.
  • No tienes otro enemigo que tú mismo.

La niña de los fósforos, de Hans Christian Andersen (1845)

  • Cuando las luces de Navidad se perdieron en el cielo, comprendió que eran las estrellas.
  • Volaron alto, muy alto, hasta donde no existe el frío, ni el hambre, ni el temor.

Un árbol de Navidad y una boda (De las memorias de un desconocido), de Fiódor Dostoyevski (1848)

  • Me abrí paso entre el gentío y vi a una belleza encantadora que apenas acababa de alcanzar su primavera.

Bajo el abeto, de Theodor Storm (1862)

  • En sus ojos había aún aquella expresión juvenil que uno encuentra en las mujeres que se sienten amadas.
  • El árbol ardía, la sala estaba llena de aromas y resplandores, ahora sí que era Navidad de verdad.

De cómo Santa Claus visitó Simpson’s Bar, de Bret Harte (1872)

  • El amanecer navideño llegó despacio poco después y rozó los picos más lejanos con el calor sonrosado de un amor inefable.
  • Contempló Simpson’s Bar con tanta ternura que la montaña entera, como sorprendida en un acto de generosidad, se ruborizó hasta los cielos.

Ojo de Estrella, de Zacharias Topelius (1873)

  • Contemplaba las estrellas, y las estrellas la miraban también, y entre ellas surgió una amistad.
  • La luz de las estrellas se le prendió en los ojos.
  • Cuando las miramos sobrecogidos, siempre vemos algo así como un pliegue del manto de Dios.

Catherine Carmichael, o el paso de tres años, de Anthony Trollope (1878)

  • Jamás le había sobrado una hora para enfrascarse en la lectura de un libro.

Cuento de Navidad, de Guy de Maupassant (1882)

  • Un cielo por el día claro como un cristal azul, y por la noche sembrado de estrellas que semejaban escarcha.

Pål y Per, de August Strindberg (1882)

  • Las estrellas palpitan como lucecillas para seguir vivas.
  • Los árboles de Navidad corren imponentes a la par que el trineo, y que las estrellas bailan sobre su cabeza.

Markheim, de Robert Louis Stevenson (1884)

  • La vida es tan corta e incierta que no me alejaría corriendo de ningún placer.
  • Cada segundo es un precipicio, un precipicio de más de mil metros de altura.
  • Miedos cervales, como el correteo de las ratas en un desván vacío, llenaron de protestas los más remotos recovecos de su cerebro.
  • Y ahora, a causa de su acción, ese trozo de vida se había detenido, como el relojero, interponiendo el dedo, detiene el latido del reloj.
  • Todos los hombres lo hacen; todos los hombres son mejores que el disfraz que los envuelve y los ahoga.
  • Lo suponía inteligente. Pensé que, dado que existe, resultaría usted un lector del corazón.
  • El mal y el bien fluyen en mí con fuerza, tirando de mí en ambas direcciones. No quiero una sola cosa, las quiero todas.
  • La vida, así analizada, dejó de tentarlo; pero a lo lejos atisbó un tranquilo puerto para su barca.

Vanka, de Antón Chéjov (1886)

  • Todo el cielo está sembrado de estrellas que parpadean alegremente y la Vía Láctea se dibuja con tanta claridad como si la hubieran limpiado con motivo de las fiestas y la hubieran frotado con nieve…

La Nochebuena de la señora Parkins, de Sarah Orne Jewett (1890-1891)

  • Los hábitos son a veces difíciles de corregir; la vida es una lucha continua, ¿no es así?

Noche de paz, noche de amor…, de Gustav Wied (1891)

  • Un brillo tierno iluminó su semblante y, una vez apartado el sobre, besó su contenido en silencio. El resto del mundo para él ya no existía.

La aventura del carbunclo azul, de Arthur Conan Doyle (1892)

  • Un hombre con un cerebro tan grande tiene que tener algo dentro.
  • Las estrellas brillaban, frías, en el cielo raso, y el aliento de los transeúntes emitía el mismo vaho que un pistoletazo.
  • —Me llamo Sherlock Holmes, y mi profesión consiste en saber lo que otros no saben.

Navidad prusiana, de Léon Bloy (1893)

  • Las pesadas campanas de esa Navidad de ominosos vencedores sollozaron en lo alto, por encima de los campos, en el silencio execrable de los cielos.

Navidad en el Rin, de Luigi Pirandello (1896)

  • Dentro de la habitación, espiaba así, para ver si en aquel cielo lleno de misterio aparecía de veras el fabuloso cometa mensajero…

Felices, de Władysław Reymont (1897)

  • El silencio era inmenso.
  • Un crepúsculo verdoso, lleno de fulgores rojos se filtraba en el cuarto a través de las ventanas heladas y enterraba todo en el olvido.
  • La amargura, la pena, la soledad se alejaban a algún lugar más allá de los bosques.
  • Se sonreían con los ojos, y sus almas, henchidas de amor y felicidad, volaban hacia el mundo centelleante.

Mientras sopla el Levante, de Grazia Deledda (1902)

  • ¿Por qué estáis tan alejados como las estrellas? Cogeos de la mano, abrazaos…

Un regalo de Navidad en el chaparral, de O. Henry (1903)

  • Quien sea desdichado en amores no debería respirar el aroma de las flores de la retama. Aviva peligrosamente la memoria.

Nochebuena, de Ramón María del Valle-Inclán (1903)

  • Aún me veo en el hueco de una ventana, lloroso y suspirante.
  • Los mirtos verdes y húmedos parecían temblar en un rayo de anaranjada luz.

Las Estrellas Voladoras, de G. K. Chesterton (1911)

  • El intenso añil violáceo de la noche, la luna cuál monstruoso cristal, ofrecen un cuadro de un romanticismo casi irresponsable.

La estrella blanca, de Emilia Pardo Bazán (1912)

  • Su fantasía se entreabrió, como enorme cáliz de datura cargado de aroma.

Los muertos, de James Joyce (1914)

  • El camino de la vida está sembrado de tantos recuerdos tristes…
  • Contempló somnoliento cómo los copos, oscuros y plateados, caían oblicuamente en la luz de la farola.

Cuento de Navidad, de Dino Buzzati (1945)

  • La iglesia estaba llena de paraíso.

La Navidad de un niño en Gales, de Dylan Thomas (1952)

  • —¿Los peces podrán ver que está nevando?

El regalo, de Ray Bradbury (1952)

  • Mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas…

Una Navidad, de Truman Capote (1982)

  • Deslumbrantes copos de ensueño deslizándose por los aires. Era algo con lo que soñaba; algo mágico y misterioso que deseaba ver y sentir y tocar.

El cuento de Navidad de Auggie Wren, de Paul Auster (1990)

  • Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada.
  • Sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos.
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