Las mejores frases | La lluvia amarilla, de Julio Llamazares


  • Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto estará, seguramente, comenzando a anochecer.
  • Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y deshecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas.
  • Contemplará las ruinas, la soledad inmensa y tenebrosa del paraje.
  • Una sombra de miedo y de inquietud envolverá esa noche sus ojos y sus pasos.
  • La silueta del molino —erguido aún, a duras penas, sobre la podredumbre de la hiedra y el olvido—.
  • Se lo dirá la perfección de la noche detrás de las ventanas.
  • La tibia —todavía— soledad de la cocina.
  • Es extraño que recuerde esto ahora, cuando el tiempo ya empieza a agotarse, cuando el miedo atraviesa mis ojos y la lluvia amarilla va borrando de ellos la memoria y la luz de los ojos queridos.
  • Me quedaba absorto contemplando, también durante horas, el bosque calcinado en el que ardían las aliagas y, con ellas, mis recuerdos.
  • La infinita soledad que, desde hacía varias noches, me esperaba entre estas sábanas.
  • El cielo estaba oscuro, hinchado por el peso de la noche.
  • Un recuerdo de lo que la mirada, alguna vez, aprendió a ver.
  • Cerré la puerta a mis espaldas y me hundí en la oscuridad.
  • ¿Y qué es, acaso, la memoria sino una gran mentira?
  • Nada produce a un hombre tanto miedo como otro hombre —sobre todo si los dos son uno mismo—.
  • El otoño infinito donde habitan los hombres y los árboles sin sangre y la lluvia amarilla del olvido.
  • Si la luna no quemara ahora mis ojos, pensaría que mi vida, desde entonces, no ha sido más que un sueño.
  • El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos.
  • Escuchando el lamento de la lluvia en los cristales.
  • La muerte es solamente un primer paso en nuestro viaje sin retorno hacia el silencio.
  • El dolor encharca mis pulmones como una lluvia amarga y amarilla.
  • Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño.
  • Solo había sombras muertas, sombras negras, silenciosas, sentadas en corrillo en torno al fuego.
  • Las zarzas se enredaban en mis piernas como si también ellas quisieran detenerme.
  • Los tejados de Ainielle flotaban en la niebla con la misma dulzura de cualquier amanecer.
  • Lo vivido desde entonces no ha sido, sino el eco final de la memoria al deshacerse en el silencio.
  • Me faltó el valor necesario para asomarme a la boca del abismo que, sin duda, me esperaba al otro lado del espejo.
  • Entre los árboles del río tenía siempre la impresión de no estar solo, de que había entre las sombras alguien más.
  • El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando.
  • El tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume.
  • El último en saberlo salía hasta el camino para contárselo a una piedra. Era el único modo de librarse de la muerte.
  • El sueño es como el hielo: paraliza y destruye, pero sumerge a quien lo toca en la profundidad más dulce de sí mismo.
  • La noche se apodera un día más de las casas y los árboles de Ainielle, mientras alguno de ellos se santigua de nuevo murmurando en voz baja:
    —La noche queda para quien es.
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