Sueños olvidados (1900)
- La villa se hallaba muy cerca del mar.
- Los ojos lanzan chispas regocijadas al recordar días de juventud ya lejanos, por completo olvidados.
- El dulce y leve perfume del primer amor de juventud semisecreto había renacido en ellos con toda su dulzura embriagadora, como un sueño.
- El cielo sumergía su vestido azul pálido en la oscura magnificencia de las olas.
- Sueños son como delicadas pequeñas flores blancas, que se lleva el primer aliento de la realidad.
- Destrozados por los miles de ruedas cuyos carruajes persiguen el objetivo de la vida.
- Y despacio, muy despacio, sin que ella se dé cuenta, la sonrisa se apaga sobre sus soñadores labios…
La estrella sobre el bosque (1904)
- Y, sin embargo, fue uno de esos segundos que abarcan miles de horas y de días llenos de júbilo y tormento.
- Un amor sin reflexión, que solo sueña y no piensa.
- Los sueños de seres como él son como barcas sin timón, que van a la deriva.
- Creyó que iba a asfixiarse en el vaho turbador y cálido de las flores.
Historia en la penumbra (1911)
- La noche de verano brillaba como una vela blanca.
- Ignora quién es esa mujer que le ha asaltado en la oscuridad con su amor.
- Bebe la voluptuosidad de sus labios precipitándose en las ascuas misteriosamente placenteras de un abrazo sin palabras.
- El amor quizá no posee momentos más bellos y recogidos que estos sueños pálidos de duermevela.
- Llevan en su interior las imágenes sobre las que descansa constantemente su mirada.
Angustia (1920)
- Una mentira bien pensada de antemano y resistente a todas las posibilidades de examen.
- Vio un indicio de ese mundo superior qué multicolor le salía al encuentro en los libros.
- Se asomó por encima del borde de sus sentimientos cotidianos para contemplarlo.
- Su miedo golpeaba con tímido martillo en los recuerdos más insignificantes para que le abrieran la cámara secreta de ese corazón.
- Los barrotes invisibles del horror, erigidos ahora alrededor de su vida, tenían que ser rotos alguna vez.
- Una pequeña palabra: perdóname.
- El miedo es peor que el castigo, porque este es algo concreto y ya sea mayor o menor, siempre será mejor que la horrible incertidumbre.
La colección invisible (1925)
- No le destruya esta última ilusión, ayúdenos a hacerle creer que todas las láminas que le va a describir aún están ahí…
- Su visión era tan poderosa que hasta yo empecé a creer en ella.
Confusión de los sentimientos (1927)
- Rodeado de libros, despreciaba los libros.
- Aprendí con inusitada rapidez a hacer el vago.
- Ciertas palabras que son verdaderas una sola vez.
- Ese circus maximus en el que las fieras salvajes de los sentimientos se desgarran mutuamente.
- —La pausa también es parte de la música.
- Olvidé darle las gracias con una palabra.
- La juventud siempre tiene razón. El que cede a su ímpetu es sabio.
- Un dios más apacible le había alisado hoy las arrugas y los surcos del corazón.
- Solo la profundidad del agua y la profundidad del sentimiento humano son capaces de poseer.
- El bloque de hielo seguía inmóvil encima de mi corazón.
- Temía que descubrieras todo lo que te aprecio…
- ¿Es comodidad, cobardía o miopía la que les induce a dibujar solo el borde superior iluminado de la vida?
- Y de repente esa voz enmudeció, y entre nosotros solo hubo oscuridad.
Mendel, el de los libros (1929)
- No logré alcanzar ese recuerdo perdido y ahogado en mí mismo.
- Así como el astrónomo solitario en su observatorio contempla cada noche a través de la diminuta rendija del telescopio las miríadas de estrellas, así Jakob Mendel miraba desde su mesa cuadrada a través de sus gafas al otro universo de los libros, que también gira constantemente y se transforma, a ese mundo más allá del nuestro.
- Todo lo extraordinario e indomable de nuestra existencia se plasma únicamente por la concentración interior.
- ¿Para qué vivimos si el viento que sigue a nuestro zapato ya borra nuestra última huella?
- El recuerdo siempre une, y doblemente cada recuerdo en amor.
- Solo se escriben libros para, más allá del propio aliento, comunicarse con otros seres humanos, y así defenderse de la otra cara implacable de la vida: la fugacidad y el olvido.